Crónica: Vedado de Eguaras

Debe ser parte de la condición humana… y es que resulta que tras un fin de semana en el que muchos Karrikiris se dieron al desenfreno, este tocaba purificar
cuerpo y mente. De ahí que en el parque nos juntásemos un nutrido grupo compuesto por:

Chelu, Guillermo, Saso, Jose, Roberto, Unai, Fermín, Antonio Nonín y yo (Iñaki).

Ayer, propuse varias rutas por Whatssapp y tras un par de minutos, cerramos el destino entorno al Castillo de Peñaflor.

A ojo de buen cubero, comentaba que la ruta debía  extenderse a lo largo de unos 79 kilómetros y entre Unai y el que escribe
jugamos a ver si acertaba o erraba en la predicción.

Salimos de Murchante, hacia la Cooperativa de vinos, para atravesar bajo el puente de la autopista e internarnos en el camino que lleva a Tudela.

Pasamos Tudela, por una sucesión de calles que a buen seguro, nuestras bicis son capaces de realizar sin nosotros encima…

Aparecemos en la urbanización del Mercadona, vamos hasta la rotonda que hay bajo el juzgado, para proseguir hacia la que hay junto al chalet de la viuda de Añon.

Desde allí continuamos hacia el colegio «Virgen de la Cabeza», y poco después pasamos bajo el cristo para enlazar una suerte de callejuelas que nos dejan en el
puente del Ebro.

Atravesamos el puente, con un río en total calma. Se nota que no corre una brizna de viento…

El día, neblinoso, es fresco, pero no tanto como pudiera parecer. Se aguanta bien, y más sin dejar de pedalear.

Por esos sotos del Ebro, que tantas veces hemos recorrido en nuestras rutas hacia las Bardenas, avanzamos entre conversaciones y risas, a ritmo constante
pero sin forzar.

Llegamos a la recta de Arguedas y escogemos un camino, paralelo a la carretera , para acercarnos al pueblo. Es un camino monótono, recto y aburrido que, gracias a la
compañía y una interesante conversación, acaba por desaparecer a nuestras espaldas.

Llegamos a Arguedas y hacemos una visita NO guiada, por muchas de sus calles.
Las que conducen al inicio del estrecho, están cortadas por obras, y hacemos encaje de bolillos para llegar hasta el inicio de la cuesta.

Nos tomamos el ascenso con filosofía y sin apretar.

Roberto y Unai avanzan posiciones y me uno a ellos. Han puesto un «ritmico» llevadero. Solo en el último momento, roberto parece que va a dar un hachazo y me levanto para arrear,
pero finalmente, acabamos de ascender los tres, al mismo ritmo.

A Unai, se le ocurre que en vez de coronar por carretera, podemos hacerlo por la rampa que arranca a la izquierda.

Hace años que nos ascendemos por la misma, así que puede estar bien, un cambio.

Esperamos al grupo y pese a algunas pequeñas protestas y dudas… «la manada», acaba metiendo molinillo para ascender sin más problemas.

La niebla, sigue acompañándonos,y por más altura que ganamos, continúa ahí.

Pasamos junto a la entrada de «Senda Viva» y seguimos hacia el santuario del Yugo, ya queda poca cuesta.

Atravesamos el parking y dejamos la iglesia a la derecha, para empezar la bajada.

Hace ya un buen rato que me he quitado las gafas. Total, entre el agua que desprende la niebla, y lo que se empañan, gracias a mi propia respiración, no hay quien vea un carajo.

Suelto frenos y voy aumentando la velocidad…

Los ojos me lloran, cierro uno, para que las lágrimas se vayan con el viento, mientras intento ver con el otro y repito la operación a la inversa… Que difícil es esto…

Casi abajo veo a un par de cazadores, desesperados con la niebla. Miran al rededor, suplicando al cielo que levante para poder practicar su afición.

Paro y les pregunto, si saben de batidas por el Vedado de Eguaras, a donde nos dirigimos.

Me dicen que eso es otra zona peor que creen que no y mientras hablamos,  acaban viniendo el resto de Karrikiris.

Reunido el grupo, despedimos a los fans de «John Waine» y continuamos pedaleando.

Ascendemos la tachuela, que hay tras bajar del Yugo y ante nosotros se abre el paisaje  neblinoso de esta zona de la Bardena.

Al fondo, con la niebla algo más abierta, aun se intuye la elevación de «El Plano de La Bardena».

Mientras ascendemos, comento a Unai, que ese mismo camino, es el que llevan los peregrinos  de Murchante, cuando van a Javier. Es el camino más directo y corto.

Arriba, y otra vez el grupo reunido, continuamos por, un Plano, yermo y desolado, donde parece que nunca ha pisado el hombre…
Tenemos que encontrar varios caminos para acercarnos al Vedado y permanezco atento para no equivocarme.

Tras un par de kilómetros giramos a la derecha. Pasamos junto a una caseta de pastores que tengo como referencia mental y continuamos para pasar junto a un montón de piedras
en un cruce, donde giramos a la izquierda.

-«¡¡Este es el camino!!»

No es que se vea muy lejos y de ahí que pierda algunas de mis referencias habituales, pero finalmente, la suerte nos acompaña y damos con la entrada al vedado.

Un camino, que sale en ángulo recto a la derecha y que al fondo se ve descender entre la vegetación.

Avanzamos junto a un campo de cultivo y comentamos las fotos con amapolas que hicimos hace años, en ese mismo lugar.

Es un camino que, si bien, cuenta con bastantes toboganes, en el cómputo total, es de descenso y disfrutamos de la zona, mucho más frondosa que los caminos
de kilómetros previos.

Acabamos bajando, no sin susto incluido al no contar con un árbol caído justamente en medio del camino y tenemos que desviarnos por la finca adyacente.

El terreno se abre y aunque no se ve, al fondo, está el Castillo de Peñaflor.

Nos acercamos y poco a poco vencemos niebla y  distancia para acabar viéndolo desde su misma base.

Aprovechamos para comer algo, recordar anécdotas (como la del «Zorro simpático» que vivía hace pocos años en la zona) y continuamos por los senderos, mientras
a nuestro flanco se extiende el barranco, con sus particulares formas.

No tardamos mucho en llegar a un camino que nos llevará al barranco grande, para atravesarlo y de allí acercarnos hasta Castildetierra.

Para evitar el campo yeco, hoy seguro embarrado, y la tortura que le supone a Chelu, los 10 kilómetros de camino pedregoso, que siguen a continuación, elegimos
ir por carretera hasta los Aguilares y desde allí…

Empezamos a rodar por la carretera de los militares, hacia Arguedas. Antonio se pone en cabeza y empieza a tirar.

Yo voy a rueda y veo como van bajando los piñones hasta que acabamos ascendiendo los toboganes a más de 30 Km/h.

El ritmo va aumentando y en una de las subidas, Roberto adelanta.

Antonio acelera para cogerle la rueda y yo hago lo propio.

De repente veo, el desvío, dejo de hacer fuerza sobre los pedales y les grito:

-«Ehh, que es por aqui…..Ehhhh Ehhhhhhh!!»

Ni caso, estos siguen a muerte…

Yo:

-¡¡¡¡Einnn???!!!

Aprieto dientes y acelero más y más. Parece que no voy a pillarlos nunca, agachados y dando pedales a relevos, van disparados, hasta que
consigo recuperar los 10 o 12 metros que me habían sacado. Sigo a ritmo y les adelanto.

Inmediatamente Antonio se levanta y acelera, seguido por Roberto a la caza, hasta que…

-«Alto!!!! que es por aquí… que es el último camino antes del pueblo!!!!!»

Por fin parece que hacen caso y nos metemos en el camino, entre sonrisas y resuello, felices de la batallita que acabamos de montar.

En pocos minutos aparece Unai, que se nos une.

-«¿El resto?»

Unai hace un gesto tipo

«Fa, Far away…»

Ala, ya la hemos liado…

Ahora no sabemos si se han metido por donde procedía… o han seguido nuestros pasos por la carretera… o qué…

Al final decidimos parar en un cruce donde, vengan por donde vengan, tienen que pasar obligatoriamente.

Allí esperamos y finalmente los vemos aparecer al fondo. Han continuado por la carreterilla tras nosotros.

A todo esto, una madre con varios niños, pasea en bici y uno de los pequeños se detiene con su pequeña montura a interrogarnos.

Que si de donde sois… a donde vais…

Y por poco acaba metiendo en un apuro a su madre cuando casi nos autoinvitamos a comer todos en su casa…

Nos acercamos a la recta de Arguedas y al poco de empezar a rodar, Chelu pincha.

Pensábamos meter una botella de CO2 pero no contábamos con la :

-«Mooochila Mooochila!!!!» (los que sois padres y madres con niños pequeños, sabéis que cancioncilla me refiero, verdad?)

No es que tengamos a Dora, en nuestro club, pero tenemos a Fermín, que deja la mochila de Dora la Exploradora al nivel del barro…

Saca una bomba, mejor dicho: Una lanza, una pértiga, un compresor de impulso humano,un….   (yo que sé)  de unos 50 o 60 centímetros de larga (una vez desplegada)
mientras el resto, ojipláticos, y mandíbula desencajada, no entendemos que sistema utiliza el mozo para meter desde un somier, a un tresillo en la mochila.

Recompuestos y seguros de que nada nos puede pasar si Fermín y su mochila están cerca, continuamos.

Volvemos a los sotos del Ebro, para meternos en Tudela y atravesar la plaza nueva. de ahí por el paseo del Queiles, seguimos hasta la rotonda
de debajo de los juzgados y comenzar el último tramo por el camino que va a Murchante.

Al final 79 kilómetros (clavaos Unai!!) de divertida ruta.

Una pena que algun@ se quedara practicando «caming» (y es que…..muchas excusas tiene ya ….!!!!)

 

 

A ver si los Reyes vienen por las Bardenas…

He sido bueno, muy bueno… y por ello he escrito una carta a los Reyes Magos de Oriente, con la esperanza de que caiga… al menos algo.

Y por si acaso, pensando en convencerlos  en persona, decidimos ir por las Bardenas, ya que según creo yo… si vienen de oriente y las Bardenas son el oriente de Murchante…. estos deben venir de… (lo ves? tu mente empieza a pensar igual, verdad?).

El caso es que nadie, que yo conozca, ha subido al Castillo de Peñaflor. Si, bueno, lo vemos desde abajo y sin embargo… que pasa si resulta que dentro de esa torre en ruinas esta el verdadero bastión de los Reyes Magos? EH? lo has pensado??

La cosa es que al contarlo a varios Karrikiris, se organizó una extensa expedición, DI-SI-MU-LA-DA… para poder dar con la guarida de los misteriosos Reyes y de paso… poner «el cazo» si no querían que revelásemos su paradero… (esto es España, oiga…y de cazos…. sabemos un rato…).

La cosa es que en el parque nos encontramos:

Guillermo, Chelu, Germán, Roberto, Sierra y unos prometedores canteranos: Unai, Alejandro.

Sí, también estaba yo, Iñaki.

Emprendemos hacia Tudela, atravesando el pueblo y bajando la cuesta de la cooperativa para hacer el trayecto por el camino que empieza tras e puente de la autopista.

Callejeamos por Tudela hasta el puente del Ebro y allí nos econtramos con Bauti y Patxi que nos esperan para completar la compañía del anillo el grupo.

Por los sotos del Ebro y hasta la recta de Arguedas, avanzamos tranquilamente, hasta que tomado el  camino paralelo a la recta de Arguedas, el viento sopla y nos ataca «de cuchillo».

Pasado ese pequeño trance,  enlazamos con la carretera para entrar en la población, y pedaleamos por sus calles, para ascender hacia «el Yugo», por la estrecha cuesta de cemento.

Enseguida se forman grupos y poco a poco Bauti y Patxi se nos adelantan a Unai y un servidor que imponemos un ritmo conservador mientras charlamos  entre jadeos.

Detrás, el resto del grupo se fracciona y cada cual sube como más le apetece o puede.

Arriba, hay un autobus… vacío. Alguno casi le retira la palabra a Patxi por la promesa de una legión de…

( se me ha olvidado…y si te quedas con la curiosidad… haber venido… claro…jejeje).

Todo lo que sube, baja y a nosotros, los Karrikiris, tambíen nos afectan las leyes de la física.

Como muestra tenemos que descender, dirección al plano a trote lechonero (lease: sin frenar y con una sonrisa en la cara… que nos lo hemos ganado!!).

Unos kilómetros más adelante, llegados a determinado cruce, giramos a la izquierda para notar el viento de cara.

Bauti y yo vamos hablando delante y para cuando queremos darnos cuenta, un par de compañeros han decidido darse la vuelta.

El resto del grupo, continuamos hcia el embalse del Ferial, un par de kilómetros más, hasta que un amabla paisano en un todo terreno, nos advierte que poco más adelante hay «batida de caza». De lejos divisamos, la parafernalia con los chalecos, y vehículos.

Valorando como valoramos nuestro pellejo… decidimos no adentrarnos en terreno de caza (algunos estamos fuertes; los cazadores  muy probablemente acaban de meterse algúnos lingotazos acaban de almorzar, y no escuestión de que se cobren tan preciada pieza).

Hay que rehacer la ruta a aprtir de dicho punto y decidimos, ir en busca de la guarida de los tres camellos tipos que montan en camello.

Volvemos sobre nuestros pasos para atravesar el cruce y esta vez continuar recto, dejando el Yugo y su sierrra, a nuestra derecha.

Avanzamos por una pista hasta que grito: «Chelu a la izquierda!»

– Por aquí??

-Tira…!!

Vamos «campo a través» sabiendo, más  o menos donde estoy.

Alcanzamos un pinar, y cojo lo que podría llega a ser un sendero… si mucha gente pasa por allí a partir de ahora.

Subimos por aquí,,, equilibrio allí,  arrfffpprrffff.

Menudo cabezazo le he metido a la rama de pino, pensaba que estaba más alta.

Arranco y al fondo escucho la dulce voz de Chelu:

-«»Arrggrrfffff»

Y el mozo queda colgado de la camelback, cual marioneta de trapo…jijiji

Poco después le toca el turno a Bauti, a Guillermo, a Patxi y a Sierra que por poco da, otra de sus, ya características, «vueltas de campana».

Mi sentido arácnido «nosequé» me dice que voy bien, y aunque nunca hemos hecho esa senda, entiendo que la pista que nos lleve a la tapadera de los tres tipos de oriente torre del Castillo de Peñaflor., debería de estar unos metros a nuestra derecha en algún sitio entre nosotros y una loma… pero no la veo…

Me detengo, antes de liarla (a ver si los estoy llevando al fin del mundo…), y en ese momento vemos la pista. Perfecto!!

Ya en el camino, atravesamos varios barrizales y al poco, allí arriba se ven las ruinas del castillo.

Patxi, intenta aleccionar a Guillermo:

-«Esta torre fundada por el rey tal, para proteger y…»

-«Yo pongo la herramienta de derribo…. y todo escombro…»

Patxi, manos en  la cabeza no asimila esta ligera percepción/valoración de la edificación y cabecea con una sonrisa en la boca…jijiji.

Vamos un poco justos de tiempo y por ello, descartamos subir a ver si los reyes están ahí dentro, pero nos detenemos a hacer unas fotos, justo debajo mientras, atentamente aguzamos el oído en busca de pistas sonoras que delaten el sonido de un camello sobrecargado (no se si estos bichos braman, barritan, gorjean o ladran así que si sabes como se llama el «berrido camellíl» me lo haces saber).

Como, no hay constancia alguna de la presencia del séquito real (que sé que están allí… pero no puedo demostrarlo…), reemprendemos el camino por un precioso sendero en el que Guillermo se empeña en hacer (dicho por el propio Guillermo): un apoyo, fronto-lateral forzado (que no caída técnicamente), mientras Chelu se descojona, mirándolo a ver si tiene alguna rama por la cabeza… (pero caída, lo que es caída… no fué… si acaso… un aterrizaje… eso si… totalmente «fronto-lateral».

De ahí salimos a pista y atravesamos los dos barrancos que llevan hacia Castildetierra, no sin tocar más barro y algunas risas.

Saliendo del característica formación bardenera, nos cruzamos con Fermín que, en coche, van de visita familiar.

Ya en la carretera de los militares, nos detenemos un instante, para beber. Continuamos, por cierto lugar del que no me quiero acordar y atravesamos el «camino más pedregoso del mundo», hasta la recta de Arguedas.

Poco después, por los mismos sotos del Ebro que veíamos horas antes, nos acercamos a Tudela y seguidamente a Murchante, tras una divertida ruta de 80 kmts.

Otro magnífico día en compañía de los Karrikiris!!! 🙂

 

Crónica: Ruta Bardenera

Aun era de noche, cunado miro a través del crista.

Hoy parece que hará buen día. No se mueve un pelo de aire…

Llego al parque (quien? yo Iñaki), tras Guillermo.

Al poco aparecen Chelu, Marta, Robertoy Jarauta. Parece que por mucho que esperemos, el grupo no crecerá así que nos vamos en dirección Tudela.

Cuando estamos a la atura de la casa de cultura, aparece Samuel, al que se le han pegado las sábanas (pero aquí está el mozo al fin que es lo que importa).

La temperatura es buena (a ver… buena para un día de enero a las 8:30 a.m…. tampoco es el caribe…).

Llegamos al puente del Ebro donde nos espera un acatarrado Cesar, Bauti y Diego.

Junto a ellos, Javier Espada, que al no venir sus compañeros, decide acompañarnos (y nosotros encantados, claro que sí).

Rodamos por la cañada, paralelos a la carretera de Ejea, como tantas veces, primero por camino y después por sendero, hasta cruzar el río. al fondo se ve la primera subidica del día.

Subimos tranquilos, hasta que «JondereMan» la lía y saltan los perros a por la liebre. jejeje

Atravesamos Valdecruz y dejamos el camino del Balcón a nestra izquierda, para proseguir hacia la «Nemesia» (a una balsa/abrebadero que hay más arriba).

Envueltos de niebla (aunque menos fría y cerrada que otros días), nos detenemos para dar cuetna de la barrita de turno mientras Diego, hace de «retratista».

en la Nemesia

Continuamos para bajar una de las cuestas más conocidas de la Bardena, «La Madera», donde Samuel y yo nos damos un buen susto en medio de una curva pensando que el terreno que teníamos delante era barro blando (por suerte solo lo parecía).

Ya abajo, entramos en la perimetral del polígono y ponemos rumbo al cuartel de los militares. La pista es eminentemente llana, en buen estado y no requiere de esfuerzo, por lo que la gente se relaja.

Relajación que duró… hasta pasar frente a la puerta del acuartelamiento, donde unos y otros empezamos a tirar y acabamos cual banda de indios tras caravana en el oeste americano (aunque más que gritar, apretábamos los dientes.

En un «pis pas», estamos en Castildetierra, donde realizamos una breve parada.

Una parte del grupo quiere volver hacia casa mientras otros queremos hacer algo más.

Cinco minutos después, Guillermo, Marta, Bauti, Diego y yo, nos despedimos del resto y encaramos pista para alargar la ruta (y a decir verdad disfrutaríamos de algunas partes muy chulas!!).

Salimos de Castildetierra, por la perimetral en dirección al Rayón, si bien a escasos dos kilómetros, donde hay una caseta, nos desviamos a la izquierda y bajamos al barranco.

Está llenico de agua como pocas veces y damos vueltas y revueltas para ver por donde cruzar, hasta que Guillermo, ni corto ni perezoso, se lanza río a través…. y en nada estuvo que cayera de bruces al agua con las dos ruedas cubiertas de barro y agua.

Pero la providencia, le debe tener aprecio y asombrosamente salió al otro lado, con los pies «frescos».

El resto, viendo la experiencia vivida por el «Vice», decidimos cruzar a pié y bici al hombro por un lugar con vegetación.

Seguimos por una pista bien conocida por el grupo que a los lados, tiene formaciones de tierra de lo más curioso.

A nuestra izquierda, el «cabezo de Malafé» cuyo nombre sabemos gracias al GPS de Diego que parece la Wikipedia.

Es un cabezo (eso ya lo he dicho), afilado pero que en su cúspide tiene una piedra ENORME a modo de boina.

Nos toca cruzar de nuevo el río, pero el lugar es mucho más accesible y con menos agua por lo que cruzamos montados y sin miedo a mojarnos.

Normalmente un par de kilómetros más adelante, en un cruce, elegimos el desvío de la izquierda pero hoy he decidido enseñar a mis compañeros una alternativa, divertida, así que pese a las caras de sorpresa nos metemos a la derecha.

Unos cuentos de metros más adelante, grito a Diego:

-«A la izquierda!!»

-«Por aquí?? Yaa?»

-«Si, dale!!»

– «Pero por aquí?? no hay camino!!!»

-«Dale!!!»

Sin pensarlo más, nos metemos y cincuenta metros campo a través, nos dejan en un sendero ancho que hace que la cara de alguna (no digo quien 🙂 ) se relaje un poco.

Aparecemos en un corral de Ovejas y de allí, sin dejar que opinen (ya sabía lo que iba a opinar alguien del siguiente tramo…), me meto al barranco y por abajo, vamos rodando y saltando, entre paisaje sin igual.

Delante una rampa del «nose cuantos» por ciento, que por suerte es corta, así que «arreón y pa`rriba».

Entramos en un sendero estrecho por el que ya hemos circulado alguna vez. Todos lo conocemos pero aun quedan unos ases en la manga y tomo un desvío que no solemos tomar.

Vamos por el borde del cañón. Las formaciones son magníficas y abajo hay momentos en que habrá 15 metros de profundidad.

Circulamos por un sendero estrecho y sinuoso,  mientras comentamos lo bonito de la zona y disfrutamos dando pedales.

Al fondo, el Castillo de Peñaflor, al que finalmente llegamos y rodeamos.

Rodamos por el «Vedado de Eguaras», en sentido ascendente y Diego va delante mía.

Veo como el camino por el que solemos bajar queda a la derecha y Diego no lo ve, (a decir verdad el camino que llevamos parece el más evidente por lo que es normal)  hasta que algo más adelante aquello se va cerrando y comenta:

-«Este no es el camino, no?»

-«No. Hoy vamos a subir por un sendero muy chulo que no visito desde hace años con Guillermo y mi padre»

A decir verdad, no sabía si me acordaría, pero conforme avanzábamos, los recuerdos se transformaban en imágenes  y la ruta se hacía realidad.

Posiblemente sea una de las zonas más espectaculares de las Bardenas (entendiendo el Vedado como Bardena).

El sendero asciende y se cierra, entre carrascas, y arbustos, y vamos ascendiendo hasta que finalmente llegamos al plano. QUE BONITO HA SIDO!!

En el plano, rodamos para bajar por la «cuesta de las mulas». Al fondo, no se ve, pero sabemos que está el Yugo, allá arriba…

Nos tomamos la cuesta del Yugo con mucha filosofía y tranquilidad. Arriba, son las 12:35, así que vamos muy bien de tiempo.

Descendemos en dirección Arguedas y afrontamos la larrrrrrga recta por la ya tradicional pista paralela a la carretera.

Desde este punto, entramos a los sotos del Ebro, y a Tudela.

Nos despedimos de Diego y Bauti, para proseguir a Murchante tras 91 kilómetros de preciosa y amena ruta.

 

 

Crónica: Bardena, fría Bardena…

Tras una fallida campaña «whatsapera» llamando a filas a muchos Karrikisirs frioleros (es una subespecie muy extendida), en el parque aparece Guillermo, Roberto, Marta (que si, de verdad…creedme…), Dani  yo (Iñaki), a ver sino como te lo estoy contando…

Bajamos hacia Tudela con un pasmo del quince.

Marta dice que al salir de casa marcaba 3 bajo cero, pero tras salir del pueblo, creo que hacía aun algo más de frío porque DOLÍA (y no es ningún tipo de expresión figurada).

Si el fin de semana anterior, con la niebla, el frío era como una torta, esta vez no se si es igual o peor…

Antes de que den las 8:45 estamos en el puente del Ebro, donde Diego, Cesar y Patxi (que ya empieza a ser un fijo en el pelotón), nos esperan.

Empezamos a rodar junto al Ebro y minutos después estamos en la recta de Arguedas, desde donde alcanzamos una pista, paralela a la carretera.

A mitad de pista nos vemos inmersos en la niebla (para no perder costumbre). La falta de referencias,  el frío y la longitud de la recta hacen de este tramo, una zona que queremos pasar cuanto antes, en busca del ansiado sol.

Por fin, llegamos a Arguedas punto donde comienza la ascensión a la ermita de la Virgen del Yugo.

Empezamos a ascender tranquilamente y sin forzar, pero cuando llevamos cosa de un kilómetro ascendido, a Cesar se le calienta la mollera y nos pone  mas firmes que una vela, apretando dientes y resoplando cual Miuras en San Fermín…

Ya en el Yugo, reunimos el grupo y proseguimos, ahora en sentido descendente, hacia el plano.

Poco más de dos kilómetros después de bajar del Yugo, llegamos al cruce donde que marca «hacia el embalse del Ferial».

Por animales racionales que digan que somos (al menos algunos…), los instintos primarios fluyen a sus anchas cuando anuncias que a menos de 7 kilómetros toca bocadillo.

El que no podía, de repente anima el ritmo y encima sonríe. El que podía se pòne en cabeza y compruebo con una sonrisa, cómo el marcador desvela un ritmo superior…

Nada más llegar al restaurante del Ferial, dos niños en la tele, se desgañitan la garganta. Ha salido «el gordo» de la lotería.

Vamos, Otro año de salud…

Al poco, el regente del local, saca unos bocadillos que a primera vista parecían la pértiga de Serguéi Bubka   pero
nos esforzamos y damos buena cuenta del elemento, y de un café… y porque alguien dijo de levantarse de allí…

Atravesamos la presa y entramos en el plano, con la vista puesta en el horizonte, donde una fila de árboles indica donde termina y el terreno cae hacia el Vedado de Eguaras.

No pasa mucho tiempo, cunado estamos bajo el Castillo de Peñaflor, en el fondo del Vedado, haciéndonos fotos.

Arrancamos de nuevo y tras una pequeña senda entramos en una pista que nos conduce hacia Castildetierra.

Casi al llegar, hay que atravesar el barranco (con agua). Normalmente, bordeamos el «río» hasta un punto donde se cruza con cierta facilidad pero observamos que una ladera se ha desplomado cortando el sendero, por lo que nos la jugamos atravesándolo por otro punto.

Con el barranco a nuestras espaldas, continuamos hasta la pista que rodea el polígono de tiro y que lleva a la mítica formación bardenera (Castildetierrra).

Son casi las 12 del medio día y en los charcos, que están al sol,  hay bloques de hielo del tamaño de cajas de zapatos… (menos mal que no nos hemos caído al cruzar el barranco!!!!!!).

Atravesamos la carretera del polígono,  y continuamos hacia «los Aguilares», para tomar un pedregoso camino que… han arreglado (ya era hora, la verdad). 

Desde la recta de Arguedas, volvemos a meternos a la pista que nos lleva, junto al Ebro, a Tudela.

En el puente del Ebro, algunos de nuestros compañeros se despiden, mientras el resto de la manada, atravesamos Tudela por el Muro y la plaza de los fueros (somos unos cotillas, la verdad), mientras Marta sufre de no poder salir en la procesión y tocar las campanas (vamos, salir en bici y estar en una terraza, «cuchufleteando» con la amiga «Poppins»).

Unos minutos después estamos en Murchante, tras 85 kilómetros de bonita y fría ruta.

El fin de semana que viene, toca ruta, nueva y que promete… (QUE GANAS TENGO!!!)

P.D: Feliz Navidad y Gracias a tod@s los que nos seguís semana a semana en este blog Karrikiri

Crónica 7 Enero: Ruta Bardenera

Seguro que ya pensábais que no había crónica… pero por fin la hemos podido terminar…

La Javierada se aproxima, y hay que ir poniendo las piernas a tono para disfrutar del día (no solo se trata de llegar de cualquier modo al castillo…).

Amanecía un lunes, festivo en Navarra, con el cielo despejado, pero muy frío.

En el parque, puntuales como siempre, nos dábamos los buenos días Guillermo, Marta, Chelu, Feliciano, Roberto, Diego, Cesar (Cope), y yo (Iñaki).

Bajamos por la calle mayor con rumbo a Tudela y desde allí avanzamos junto al Ebro hacia la recta de Arguedas. Una vez en el principio de ésta, tomamos un camino paralelo que nos lleva hasta Arguedas.

Ascendemos hacia el Yugo, y empezamos a sudar. El día va mejorando pero en menos de dos minutos se nos ha pasado el frío y estamos apretando dientes cuesta arriba.

Tras detenernos un par de minutos en la ermita, descendemos por la ladera contraria en dirección al plano, aunque antes de llegar nos desviamos en dirección al embalse de rada, donde pensamos tomar un café caliente.

Llegamos al embalse… y el bar está cerrado. Nuestro gozo en un pozo!!

En cualquier caso, comemos una barrita y continuamos por el plano, hacia el Vedado de Eguaras, por donde descendemos en dirección al castillo de Peñaflor.

La mañana va mejorando en cuanto a temperatura, aunque pese a lo avanzado de la misma, hay hielo en aquellas zonas en las que el sol aun no ha dado de lleno.

Saliendo desde el castillo y por un sendero, damos  a una pista que nos llevará a Castildetierra, en un sube y baja que incluye alguna que otra grieta, el cruce del río…

Desde la formación mas representativa de las Bardenas, y continuamos sin detenernos para que «alguno» llegase cuando la parienta le había dicho que «echaría el arroz»…

Pedaleamos hacia la carretera de los militares para cruzarla y continuar hacia los aguilares y una serie de caminos que nos llevarán hasta el principio de la recta de Arguedas (en su parte más cercana a Tudela).

De este punto en adelanta vamos deshaciendo el camino, junto al Ebro y por último volver a Murchante por el camino de siempre…

En función del aparato a consultar la ruta fuñe de mas de 80 y menos de 90 kilómetros que nos hicieron desperezar de las Navidades.

Este fin de semana que ahora vamos a empezar es de promesas, con lo que iremos con el listado para comprobar que no nos falta nadie… OS esperamos!!!

Ruta de los Roncaleses- Parte I

Nota: Estimado internauta, si no pudiste terminar los pilares de la tierra, la edición ilustrada del Señor de los Anillos o el Quijote, ni siquiera te plantees leer este ladrillo. En caso de que desoigas este consejo, declino toda responsabilidad sobre el efecto dañino que este texto pueda producir en tu cerebro. Es más, yo aseguro que no estás bien del casco si aun estás ahí….

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Ya habíamos montado las bicicletas en el carro el día anterior y el viernes a las 19:00 estábamos en casa de Samuel esperando al taxi que nos llevaría a Isaba.

Conforman la “expedición”: Guillermo, Samuel, Enrique, Marta, Aitor, Juanjo, Oscar, Roberto, Daniel y yo (Iñaki).

Oscar, Roberto y Enrique saldrán mas tarde en el coche de apoyo junto a las “Isabeles” , que tan importante papel desarrollarán a lo largo del fin de semana.

Las previsiones de tiempo no son muy halagüeñas y entre la amenaza de lluvia y viento, todos vamos con ciertas dudas hacia el pirineo.

El lugar en el que dormiremos la noche del viernes al sábado es el camping Asolaze (en la parte de albergue) donde tras cenar, reparar la rueda de Marta y otras peripecias, nos acostamos.

A las 7:20 de la mañana, nos preparamos para salir, mientras fuera hace frío, viento y cae una fina lluvia (vamos, el plan ideal para rodar por el pirineo).

En el desayuno Guillermo se toma un frenadol, porque está acatarrado. A ver si eso le levanta un poco…

Los hay valientes como Daniel y Aitor que van de culotte corto y quien por contra va más tapad@ que un esquimal.

A punto de salir, Marta nos muestra su faceta “Doña Rogelia”, y que por desgracia nunca llegó a ser fotografiada (aunque guardamos la esperanza de captar momentos así en el futuro).

El plan está perfectamente trazado y nuestras pacientes directoras de logística nos esperarán en Vidangoz para almorzar, aunque antes de eso, tienen tareas por delante como comprar el pan y conseguir una mascota digna de la prueba que encaramos (las olimpiadas tiene su mascota, los mundiales también…y nosotros no somos menos)…

En mi caso no he traído cortavientos y aunque voy con el maillot largo, opto como la mayoría, por no ponerme el chubasquero para evitar mojarme antes por dentro que por fuera.

Cuando hemos rodado, cerca de un kilómetro, hacemos la primera parada obligatoria. Oscar lleva la rueda trasera baja y hay que revisarla. Menos mal que solamente fue un momento.

Bajamos hasta Isaba, donde empieza la ruta y de allí vamos hacia el cercano pueblo de Uztarroz por carretera, según reza el GPS de Aitor y Juanjo.

Poco después del pueblo, empieza la fiesta y nos desviamos por una pista a la derecha que empieza a subir de forma suave pero continua. La lluvia no cesa y nosotros hacemos lo posible por mantener las gafas desempañadas y con algo de visibilidad.

Cuando llevamos poco mas de dos kilómetros por la pista, veo un ciervo que pese a mis indicaciones no ven mis compañeros.

Continuamos varios kilómetros hasta que en un momento dado se ve claramente que el valle termina en un muro (madre madre…).

Cuando parece que el camino se termina, giramos 170 grados a la izquierda y aparece un cuestón de los que hacen historia, con lo que no perdemos un segundo para cambiar platos y piñones.

Nos quedan muchos, muchísimos kilómetros y hay que reservar por lo que ascendemos muy suavemente esperando guardar todas las fuerzas posibles.

La endemoniada subida nos deja en una pista totalmente embarrada, junto a una granja, en lo alto de un monte y con una valla que tenemos que abrir para pasar, para posteriormente dejar como estaba.

A partir de este punto, tanto el paisaje, que permitía ver las montañas desde arriba, como la ruta ganan en belleza, y no porque la parte anterior desmereciese, sino porque simplemente se torna espectacular.

Durante varios kilómetros la ruta transcurre por la zona más alta de las montañas a través de prados. Es una de las zonas más bonitas por las que se puede andar en bici.

Allí arriba encontramos las primeras compañeras de ruta en forma de rebaño de ovejas.

Antes de empezar a bajar, hacemos unas fotos y continuamos cruzando la carretera para seguir por otra pista que asciende de nuevo.

Ya nos había avisado el GPSero (Aitor), que hoy era todo pa´rriba…

Al menos las pendientes, se van sucediendo sin mayores complicaciones. Vamos todos en grupo y la gente se ve fuerte.

Calculo que a unos 9 kilómetros de Vidangoz, emprendemos una bajada larga y rápida.

El sudor, el agua que hasta hace pocos momentos caía y el frío viento me hacen temblar y siento rugir mis tripas que se enfrían por momentos (a ver si llegan pronto las equipaciones de invierno que tenemos encargadas…).

Sigo bajando y adelanto a casi todos para ponerme tras Juanjo, que además de pesar mas o menos como yo, le gusta bajar fuerte, por lo que bajamos casi en tamdem.

Las tripas rugen y parece que en vez de intestino, tengo una anaconda que se retuerce dentro de mi

Más abajo diviso un claro en el camino, donde el bosque se hace menos denso y pega el sol e insto a Juanjo a que paremos a esperar a los demás y poder retorcerme sin tener que estar atento al camino.

Los demás nos alcanzan y pregunto, cuanto queda para Vidangoz.

Unos 4 kilómetros me dicen…

Con sudores fríos y aguantando el temple como puedo, voy bajando hasta que Aitor me llama:

-”Primo, déjame probar tu bici”

Cambiamos las monturas y me dispongo sobre la Trek (bici cómoda por cierto), para darme cuenta de que su dueño tiene unas patas más largas que un día sin pan. Bajo el sillón sin apearme y entre apretones y sudores llegamos a Vidangoz, donde la pareja de Isabeles, ha preparado una mesa para almorzar en la zona más soleada del frontón (que bien, con el frío que hace).

Mientras los demás se lanzan a por el almuerzo, yo oteo la plaza en busca de paisanos, en una puerta o ventana… pero…sin éxito… (es un pueblo desierto?).

En un momento dado, y con la caldera a máxima presión, me levanto del banco de piedra en que estoy sentado y emprendo, con paso firme, mi personal búsqueda de paisanos, por las calles del pueblo.

En esto oigo dentro de una casa ruido de leña y asomo la cabeza por la verja, de una ventana donde un hombrecico ordena la leña.

Para no ser escatológico, diré que el buen hombre tubo a bien (o no le quedaron otras narices) que compadecerse de mi y permitirme hacer uso de su baño bajo la amenaza de tener que limpiar la calle, en caso de negativa (al no ser esta crónica califiacada como XXX, no puedo dar más detalles…jajaja).

Una vez resuelto el tema más acuciante y con el color en las mejillas restaurado, vuelvo a la plaza sin hambre pero…con mucha tranquilidad, en mi interior.

Como diría Aitor más tarde, había conseguido acallar al dragón!!!

Salgo de Vidangoz preocupado.

La ruta es exigente y yo no me atrevo a comer hasta saber como van a responder mis tripas, y “sin gasolina, mal anda el coche…”

Bajamos por carretera unos metros hasta que el GPS marca un desvío entre dos rocas a la derecha.

¿Se supone que tenemos que meternos por ahí?¿Eso es un camino?¿Seguro?

Dicho sea que me encantan las trialeras, el terreno técnico y los desafíos, pero…todo tiene un límite.

(Ya nos habían advertido que estuviésemos preparados para ir HORAS con la bici al hombro, pero nosotros pensábamos que los que advertían eran un poco…flojos. Pues bien querido lector…si piensas eso…hazlo y después por favor, haz un comentario aquí para que todos nos riamos juntos…)

Los chicos del GPS dicen que eso era una antigua calzada romana y sin dudar de ello, no alcanzo a pensar como hacían una carretera de un metro, con desnivel cercano al 20%, entre terraplenes y paredes…

Aun avanzamos varios cientos de metros montados en las bicis, mientras unos excursionistas, metidos en un arbusto para dejarnos pasar, nos animan (ahora pienso que esos sabían hacia donde íbamos y mientras nos jaleaban, se mondaban pensando en la cara que se nos iba a quedar poco más adelante).

Llega un momento en el que, con plato pequeño y piñón grande, rueda trasera derrapando, la delantera entre pedruscos como balones de reglamento…tenemos que echar pié a tierra, para ascender…y así….una media  hora arrastrando la bici.

Juanjo y Aitor van en cabeza seguidos por mi. Más abajo, oigo de vez en cuando los juramentos de Samuel y el resto que ascienden en procesión penitente.

Oscar y Enrique parecen haber salido de una cofradía Sevillana en semana santa y suben en forma de cristo, autocrucificados con la bicis.

Ya arriba el paisaje es precioso e intentamos levantar el humor que la escalada nos ha dejado. Al menos hace rato que no llueve y la temperatura empieza a ser más agradable.

Pregunto a Guillermo, que tal va su resfriado, a lo que responde que anda mal de garganta y nariz. Estamos apañados…

La ruta continua por un estrecho sendero, sin apenas ganar altura y rodamos despacio, por la dificultad que ofrece (troncos, ramas, piedras, precipicio a la izquierda…) pero sin gran esfuerzo.

A medio sendero, noto un mordisco.

El dragón no quiere darse por vencido.

Me decae el ánimo y me veo de vuelta en casa. Esto duele y no es nada recomendable ir en este estado por el monte.

Es tanto el dolor que tengo que bajarme de la bici cuando quedan apenas 100 metros para descansar.

Saco un plátano y me lo como. Esperando que el bicho se sacie y me deje en paz.

Montamos y reemprendemos la marcha hasta una alambrada que sorteamos para llegar a una pista.

La bajada por la pista me permite relajarme un poco y paulatinamente voy apreciando como la bestia se duerme.

(Algún guarro, ha dejado allí arriba un horno de cocina…manda narices que la gente suba hasta allí para dejar basura…).

La ruta transcurre por los montes, donde encontramos caballos percherones, vacas y más ovejas y poco a poco voy recuperando fuerzas.

Al llegar a la carretera que da hacia el alto de las coronas, el bicho hace su último intento de amargarme el día y quedo en el grupo, viendo como mis compañeros dan relevos, mientras yo me conformo con aguantar el tipo.

Arriba, las chicas de logística nos esperan (siempre donde más falta hacen), y me meto otro plátano en el cuerpo.

Desde el coche, hay una cuesta que si bien no es muy fuerte, prefiero subir andando para ver si se me asienta de una vez la tripa.

Samuel que va un poco justo me acompaña, mientras el resto suben montados.

Arriba subimos a las bicis y seguimos rodando.

Aquí empieza la parte más penosa del trayecto, siendo que alguno quería denunciar al Gobierno de Navarra por fomentar la ruta, como apta para el BTT.

La cantidad de piedras del tamaño de un jarrón,, el terreno suelto y el desnivel nos hacen, subir con la bici al hombro varios kilómetros.

A decir verdad, cada vez que había un par de metros mínimamente ciclables, intentábamos montar, para volver a poner pié en el suelo, por una piedra, un caballito indeseado o un derrape, con la consiguiente caída.

Con el bicho dormido, y pese a la ruta, yo me veo cada vez mejor y mi humor cambia.

Cuando Aitor me ve mejor me confiesa:

-”Te veía triste…se te veía mal…ya te ha cambiado la cara…”

-«Menos mal…»

Por fin llegamos arriba, y parece que podemos montar en la bici de nuevo.

Pasamos por zonas de hierba y piedras, pero lentamente vamos pasando, aunque de vez en cuando tengamos que echar pié al suelo.

Comenzamos la bajada, esperando disfrutar de la misma y de un poco de descanso, y cuando llevamos un par de minutos de bajada por un prado, los GPSeros, nos vocean

-”Ehhhhhhh, que no es por ahíiiiiiii”

Vaya, para un rato de tranquilidad.

Vuelta para arriba.

En ese momento, encontramos unos especímenes de “montañeris pedregerus”, bajo un arbusto, que a nuestros saludos responden con un movimiento pendular de cabeza, mientras Daniel les espeta:

-”Cualquiera os encuentra ahí, ehhhhh”

Unos cien metros después nos detenemos ante el principio de la bajada.

Eso es alpinismo 100% y si la subida había sido entretenida, la bajada lo iba a ser más aún.

Arrastrando las bicis e intentando no dejarnos el tobillo en cada roca, descendemos, cada uno a nuestro paso, hasta que a media bajada nos enfrentamos a un dilema:

El sendero más evidente, baja recto pero una valiza indica un sendero hacia arriba (o inicialmente es lo que parece).

Juanjo y Aitor, que iban los primeros no atienden a nuestros gritos de llamada y el resto casi echamos a suertes por donde continuar.

Finalmente decidimos hacer caso de la señal , pensando que si fuese por el otro sendero nos habrían esperado para evitar confusiones.

La realidad es que nos cientos de metros más adelante nos esperan sentados y ni nos habían oído, ni habían visto la señal, por lo que ellos continuaron bajando por el sendero evidente.

Menos mal que ambos iban a parar al mismo sitio.

Montados ya en las bicicletas, nos dirijimos a la sierra de Leire (por cierto…en este momento me reservo la opinión que me merece esa parte como ruta de BTT, por respeto pero conste que me arde la boca por callarme…).

Desde el valle en el que nos dejó la anterior bajada, vemos la sierra como un muro y medio en broma, medio en serio, veo una especie de “cosa” que no acertamos a decir si es cortafuegos, sendero o camino estrecho…

-”Va a ser por allí…”

-”Ala…., no fastidies…, bueno….espero que no…solo faltaba con el día que llevamos…”

Lo dicho: Fué por allí.

Del kilómetro 70 al 77 creo recordar que fueron unas 3 horas y cuarto, de “excursión” por los pedregales de la sierra de Leire.

Creo que en esa zona, sumando los trozos en los que montábamos en bici (y lo hacíamos siempre que hubiese metro y medio para empezar a pedalear…), no estaríamos sobre el sillín más de media hora.

A media subida, encontramos una pequeña zona de hierba, donde nos despatarramos y aprovechamos para comer higos secos, barritas y esas cosas…

Estamos hasta las narices de arrastrar la bici monte arriba y monte abajo.

Ya dicen que si no quieres taza, tomarás taza y media, aunque en nuestro caso fué tazón.

Poco más arriba al río de piedras por el que subíamos se le suma que éstas se asientan sobre fina arena que nos hace aun más difícil el progreso. Que amargura!!!!

Pregunto a Samuel, que tal va y me dice que muy justo…

Guillermo, callado, resopla tras de mi, que entre risas disimuladas prefería pensar en los resoplidos del resto y dejar de pensar en los propios…

Enrique parece que lleva toda la vida trotando por los pedregales y sube delante mía con buen ánimo y Oscar mirando hacia todos los lados, pupongo en busca de bichos como buen cazador que es.

Daniel al fondo, cantando la de “Champiñones, champiñones”…

Arriba pido agua pues se me ha terminado y es cuando descubro que el resto de mis compañeros van igual o están en las últimas. Malo, malo…

Según el GPS, nos quedan por ascender 40 míseros metros (tras una vaguada) para poder disfrutar de una bajada que debe ser impresionante.

E impresionante era… de verdad…

Montamos en las bicis y llegamos arriba Marta y yo.

Mientras esperamos a los demás, hacemos como en el cuento de la lechera y nos imaginamos una bajada de 6 carriles, con magnífico firme, con curvas peraltadas….

HASTA QUE LLEGÓ Aitor y dijo:

-”A la izquierda!!!”

Marta y yo nos miramos con cara de panolis, cuando vemos una especie de cueva de un metro y medio de ancho, semiabierta por la parte superior.

La entrada consiste en dos pedruscos del tamaño de un bidón, tras los que hay un escalón descendente.

Al bajar una mezcla de risa y llanto se apoderan de mi y me entran ganas de darme cabezazos contra la roca más cercana.

Estamos en un sendero O CORNISA AEREA, en medio de una pared de varios cientos de metros de altura y las vistas son espectaculares…

El pantano de Yesa casi vacío abajo, y el monasterio de Leire, donde las pacientes Isabeles, nos aguardan desde hace horas están ahí abajo pero me temo que la bajada será cuando menos épica.

El descenso, tenía en algún momento escalones de mas de metro y medio por lo que bajar la bici era todo un número circense.

Piedra suelta, tierra, matojos y pinchos…vamos…el sitio perfecto para llevar una BTT.

No se el tiempo que nos costó bajar, pero fue mucho.

La suerte sin embargo nos acompañó, porque pese a que todas las quinielas indicaban lo contrario, ninguno de nosotros se partío tobillos o dentaduras completas (aunque creo que Enrique va a tener marcados los radios de la rueda de su bici en el trasero por varias semanas…).

Cuando habíamos hecho algo más de la mitad de la bajada, Enrique y Juanjo nos esperan sentados para ver la cara de los demás y echarse unas risas a nuestra costa.

Aitor iba rezando:

-”A mi esto no me conpensa. Esto no es BTT…y si alguien me pregunta…bla bla bla…”

Jejeje

Poco despues bajábamos Aitor, Yo, Oscar …así hasta llegar Dani, mascullando improperios contra el gobierno de Navarra, la ruta y la ciclabilidad…

Al llegar éste, tan deteriorado tení el ánimo que solo acerto a decir:

-«A ver quien tiene cojones a cantar Champiñones ahora…»

Menos mal que parece que nos habían tocado con la varita del eterno buen humor y optimismo…

El punto donde nos reunimos confluía con un camino que pese a estar en mal estado, nos parecía la autopista.

En menos de 5 minutos Juanjo y yo estábamos en el coche, situado en el aparcamiento del monasterio.

En el coche (kilómetro 78 del día), comemos sin perder un minuto una fruta y rellenamos agua.

El grupo no ha comido nada “de verdad”, desde las 11 en Vidangoz, pero son las 7 de la tarde y la luz nos puede venir justa para llegar a Sangüesa.

Salimos del aparcamiento, por la carretera lanzados cuesta abajo, como si llevásemos un turbo reactor en el trasero.

En un momento dado alcanzo a Enrique y freno (iba a 77 km/hora), momento en el que Samuel nos adelanta a 81 km/h, y teniendo que frenar para no atropellar al todo terreno que nos precedía.

Abajo en la rotonda, esperamos al resto, pero cuando pasan las chicas con el coche, nos dicen que algunos han ido por un desvío…

Nosotros queremos lelgar con luz, como sea y con el viento dándonos de frente y de lado, nos ponemos a dar relevos hacia Liédena.

Llegamos a Sangüesa, donde cenaríamos (mucho y bien).

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